Vacaciones

No ha sido un buen año, para qué engañarnos, pero al fin se ha terminado (ya expliqué por qué creo que los años terminan en verano y no el 31 de diciembre). No tengo muchos más planes aparte de la excursión barcelonesa en pos de U2 (unos días después veremos también a Depeche Mode, de vuelta ya en Sevilla) y reencontrarme con algunos buenos amigos, pero lo que sí sé es que durante el próximo mes (y pico, en realidad, es lo bueno de trabajar tandas largas, que aunque se hacen de rogar al final llegan las recompensas) no tendré que ir a trabajar, ni estar pendiente del teléfono, ni de los teletipos, ni ver los informativos pensando «esto tengo que meterlo», ni atender a los comentaristas, ni levantarme pronto y llegar a casa tarde (procedente del trabajo, se entiende), ni esperar a ningún partido de fútbol/baloncesto/tenis (ni ningún otro deporte), ni escuchar cosas que ojalá pudiera olvidar, ni aguantar a diario atascos/tontos al volante/peregrinación en busca de un aparcamiento/los caprichosos ritmos del transporte público/evitar gorrillas (sí, por todo eso tengo que pasar cada día), ni hacer nada que, en definitiva, no quiera hacer. Ahora mismo estoy tan cansada que lo único que me apetece es dormir hasta que me duela el alma y/o no recuerde ni mi nombre (algo que no creo que pueda hacer a corto plazo), así que soy incapaz de predecir si serán unas buenas vacaciones o no, si haré muchas cosas o no haré nada, si volveré al trabajo con la sensación de haber perdido el tiempo o satisfecha por haber aprovechado cada minuto. Pero nada de eso importa, al menos no ahora. Estoy de vacaciones.